jueves, 9 de abril de 2009

SANTIAGO Y LA TRADICIÓN

La primera de las tradiciones jacobeas que aparecen tiempo después de la muerte del Apóstol Santiago en Jerusalén es su traslado y enterramiento hasta Galicia. La prohibición de que Santiago fuera enterrado hizo que sus discípulos, en secreto, sacaran el cuerpo a la orilla del mar, desde donde navegarían hasta llegar al fin del mundo (Finis Terrae). Como tantos otros santos, su cuerpo se conservó incorrupto durante el viaje que les llevó a Iria Flavia, la capital de la Galicia romana. Allí enterraron al Apóstol y los discípulos que lo acompañaron se quedaron por esas tierras hasta su muerte, con una evangelización infructuosa que hace perder la memoria de lo allí acontecido.
Saliendo de la leyenda y entrando en la historia, en el año 813, el eremita Pelayo observó unos resplandores que salían de un campo cercano al que vivía, que pasaría a llamarse Campus Stellae. Advierte a las autoridades eclesiásticas del acontecimiento y el obispo de Iria Flavia, Teodoromiro, ordena apartar la maleza y excavar el lugar para descubrir una necrópolis entre cuyas lápidas se identifica una inscripción con la del Apóstol Santiago. Informa al rey asturiano Alfonso II y comienza la historia de las peregrinaciones y el Camino de Santiago.
La otra tradición, posterior, afirma que en el reparto de las tierras de evangelización, Santiago recibió las de Hispania, y así llegó por el Mediterráneo para evangelizar estas provincias. No obstante, no debió de acompañarle el éxito en su empresa, dejando escasos y pequeños grupos de evangelizados, acabando de vuelta para Jerusalén, donde encontraría años después el martirio. Corrobora esta tradición la existencia de un evangelio apócrifo que sitúa a Santiago precisamente en Hispania, cuando se le aparece en vida la Virgen María sobre un pilar en Cersaraugusta (Zaragoza).

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